Alguien
decía que poseía la "mirada que mata".
Había dejado los nevados paisajes de Canadá y transformado el furor por
las motos de nieve por la pasión por la velocidad en circuito. Las
vecinas pistas de USA fueron testigos del fulgurante ascenso del menudo
Gilles. La Can-Am y la Fórmula Atlantic fueron buenas pasarelas para
que Gilles pudiera comenzar a emocionar al mundo.
El
salto a la vieja Europa estaba cantado. Para el exclusivísimo mundo de
la F1, este recién llegado era un desconocido más, un don nadie, que
como otros intentaba alcanzar algo de notoriedad, un americano que
procedía de los "trineos de nieve". Pocos podían suponer que
Gilles, en su primer GP, iba a dominar a pilotos con más experiencia y
máquinas muy superiores. Jochen Mass fue literalmente humillado por
este joven que, con un viejo McLaren M23 rodaría en cuarta posición,
por delante de los M26, mucho más eficaces. Sólo un problema con la
instrumentación que, estropeada, marcaba una temperatura excesiva,
evitó que se consumara un resultado que hubiera hecho justicia a una
actuación sorprendente. En este GP de Gran Bretaña de 1977, se puede decir que comenzó a nacer la leyenda de Gilles Villeneuve.
Cuando
el aprecio mutuo que Lauda y Ferrari sentían se agotó, "Il
Commendatore" tuvo que afrontar el problema de la sucesión del
austriaco. La ruptura con Niki fue áspera y Enzo Ferrari necesitaba a
alguien que sacara de la cabeza a los tifosi al "hebreo". Tenía una
larga lista, pero
a la cabeza de ella está el nombre de Gilles Villeneuve. Era una
apuesta, un salto al vacío, pero "Il Drake" sentía que este canadiense
desconocido, que tanto le impresionó en su primera salida con un coche
de F1, era de una pasta especial.
Lo llamó a Maranello y Gilles acudió sin dilación. Enzo quiso comprobar
quién era este chico y le hizo pasar una prueba. Ferrari pudo
comprender que había dado con un talento natural y decidió que debutase
en las últimas carreras del año 1977. Su valentía era grande, pero la
falta de experiencia y las prisas por recompensar la confianza que Enzo
Ferrari había depositado en él, le hizo cometer algunos errores. El
fogoso Villeneuve inició su andadura en F1 coleccionando trompos,
salidas de pista y algún accidente.
En Japón, en Monte Fuji, Gilles se encontró con otro mastín del
volante; Ronnie Peterson tampoco era un personaje que se amilanara
fácilmente. Dos monoplazas luchan al final de recta, ninguno de los dos
pilotos está dispuesto a ceder, sus ruedas viajan a centímetros unas de
otras mientras giran a más de 220 kilómetros por hora. Un ligero toque y el Ferrari se
eleva del suelo, describiendo una terrorífica pirueta que detiene el
tiempo. Las redes de contención no pueden frenar la macabra danza que
el monoplaza, fuera de control, ha iniciado. Cuando el vals finaliza,
Gilles desciende milagrosamente indemne de su Ferrari, pero en ese
lugar donde, por razones de seguridad, estaba prohibido que nadie se
situara, dos personas que no siguieron la recomendación perdieron la
vida bajo el, ahora, inerte bólido. Gilles nunca sintió el peso de
estas muertes sobre sus hombros. Estas personas nunca debieron estar en
ese lugar, pero la prensa comenzó a criticar la elección de este
desconocido, lo apodaban maliciosamente "el aviador". Hasta el propio
Enzo Ferrari tuvo que salir en su defensa. Era su apuesta e iba a
continuarla hasta el final.
Poco a poco, Gilles iba haciendo tesoro de su experiencia y fue
concretando algo de lo mucho que tenía en su interior. Aunque sin tener
demasiada suerte en los resultados, la exuberancia de su pilotaje
enamoró al público. Los 'tifosi' se rindieron a sus pies. Sin llegar a
ganar demasiadas carreras, el corazón de sus aficionados era ya suyo.
En Dijon '79, las cámaras de televisión de todo el mundo fueron
testigos de uno de los duelos más electrizantes de la historia moderna
de la F1. Gilles Villeneuve y René Arnoux hicieron subir a las
estrellas el ritmo cardíaco de todo el mundo. Su lucha era por la
segunda posición de carrera, pero su ardor más bien parecía que fuera
su vida la que dependiera de esa conquista. Tantas veces René superaba
a Gilles, éste le devolvía la jugada con una maniobra al límite de la
física. Su voluntad era irrefrenable. Voluntad de victoria, aunque
fuera parcial, vencer en duelo a otro participante, no importaba la
posición. Para Gilles no cabía en la mente la idea de llegar a meta en
el puesto que merecía la máquina, para Gilles, correr era ganar. René
tuvo que conformarse con la tercera plaza y los dos con haber dado a la
F1 uno de sus episodios más remarcables.
Dos
años después, en el GP de España, Gilles acuñó otra carrera de leyenda.
Con una salida "cañón" –ocupaba la cuarta línea de parrilla– conquistó
la segunda posición que pronto convertiría en primera, y con una clase
superior mantuvo tras de él, durante 66 vueltas, a una jauría de coches , todos ellos superiores a su Ferrari. Pero Gilles poseía la
tenacidad de 'Black Jack', la habilidad de Rindt y la autoridad de
mantenerse en cabeza como Ascari. Gilles ganó la carrera con un margen
de tan sólo un segundo entre él y el quinto clasificado.
Gilles
ganó pocas carreras, tampoco ganó demasiado Nuvolari, sólo lo hizo
cuando dispuso de un medio superior. Pero su increíble voluntad, su
determinación inigualable, su virtuosismo en dominar el medio mecánico
y su capacidad para escapar indemne de los accidentes más
espectaculares, hacía que en el pensamiento de la gente, Gilles fuera
algo sobrenatural, casi inmortal.
Es por eso que los aficionados de todo el mundo permanecieran
incrédulos ante las noticias de agencia que anunciaban el fin de la
vida de Gilles. Fue en Bélgica, en el circuito de Zolder,
un maldito 8 de mayo de 1982. Todavía, una vez más, nuestro llorado
Gilles partía para dar el máximo de sí. Pironi, su compañero y enemigo,
le aventajaba en 120 milésimas de segundo. Su orgullo no le permitía
estar detrás del francés tras la traición sufrida 15 días antes en San
Marino. Su mítico Ferrari número 27 se lanzaba a lo que los italianos
llaman "il giro de la morte".
Nunca una expresión pudo expresar tan fielmente lo que iba a ocurrir.
Villeneuve alcanza al March de Jochen Mass, que discurre a velocidad
reducida. En una milésima de segundo, Gilles decide superarlo por la
derecha. En ese mismo instante, el March número 17 decide apartarse
sobre ese mismo lado. Una incomprensión de quinta a fondo que cancela
para siempre un sueño, una vida. El Ferrari, que golpea la rueda
trasera derecha del March, vuela por encima de éste, cae, y se eleva de
nuevo, describiendo un 'loop' fatal. Los anclajes que unen el asiento
al monoplaza ceden, separándose el piloto de la máquina como el alma se
separa del cuerpo. Cuando desciende, los cabellos del Príncipe se
confunden con la hierba. Un tétrico azul oscuro cubre su rostro
mientras el verde césped se tiñe de rojo. A las 21:12, un comunicado
del hospital de Lovaina anuncia el fallecimiento de Gilles Villeneuve.
Gilles inicia su último y definitivo ascenso. Esta vez, para ocupar un
lugar privilegiado en el Olimpo de los Dioses de la F1.
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